Descubre cuándo es el mejor momento para operarte de miopía y qué opciones quirúrgicas existen para mejorar tu visión.
Entre todas las afecciones visuales, la miopía es quizá la más familiar: seguramente casi todos conocemos a alguien que la sufre. Según estimaciones internacionales, hoy cerca del 30 % de la población mundial es miope y, de mantenerse las tendencias actuales, para 2050 casi la mitad del planeta podría serlo: nada menos que 5.000 millones de personas.
En palabras sencillas, la miopía —según los NIH (National Institutes of Health), la principal agencia de investigación médica de Estados Unidos— es un problema de refracción, es decir, de cómo la luz entra y se enfoca dentro del ojo. Cuando una persona es miope, la luz no alcanza a enfocarse en la retina, que es, por decirlo de alguna manera, la “pantalla” del ojo ubicada en la parte posterior, sino un poco antes de llegar a ella.
Esa pequeña diferencia en el punto de enfoque hace que los objetos lejanos se vean borrosos, mientras que lo que está cerca generalmente se ve con claridad.
Se sabe que la miopía puede aparecer en cualquier persona, pero si uno o ambos padres son miopes, el riesgo de que sus hijos también lo sean aumenta más. Esto ocurre porque la forma del ojo —que influye en cómo se enfoca la luz— tiene un componente hereditario.
La condición suele comenzar en la infancia, especialmente entre los 6 y 14 años, y tiende a empeorar durante la adolescencia, cuando el ojo todavía está creciendo. En muchas personas, la progresión se estabiliza hacia el inicio de la segunda década de vida. Un dato interesante es que los niños que pasan más tiempo al aire libre tienen menos probabilidades de desarrollar miopía, según los NIH. Aún no se conoce con certeza por qué, pero existen varias hipótesis: podría deberse a la mayor exposición a la luz natural, a que el ojo trabaja más enfocando objetos lejanos, o a que realizan menos actividades que exigen mirar de cerca durante periodos prolongados.
Ahora bien, algo que no todo el mundo tiene claro sobre la miopía es que puede corregirse.
Como la miopía suele aparecer desde la niñez y acompañar a las personas durante años, es normal que tanto las familias como, más adelante, los propios pacientes, se pregunten cuándo es el momento adecuado para operarse. A esa duda se suman varios mitos que han circulado durante décadas (desde la idea de que “hay que esperar a los 30” hasta que “la cirugía es solo para miopías muy altas”) que pueden generar confusión y llevar a decisiones apresuradas o, por el contrario, a posponer innecesariamente una consulta especializada.
Ahora, decidir cuándo operarse la miopía no depende de una edad exacta, sino de una serie de criterios médicos que permiten saber si el ojo está listo para una corrección segura. Lo primero, y más importante, es que la graduación esté estable. Esto significa que la fórmula de las gafas o lentes de contacto no haya cambiado en al menos un año; si la miopía sigue aumentando, cualquier intervención perdería efectividad con el tiempo.
Por eso, es igualmente relevante tener más de 18 años, pues se cree que esa es la edad en la que el crecimiento del ojo suele haberse completado. Sin embargo, algunos incluso prefieren esperar hasta los 20 o 21 años para asegurarse de que la graduación ya no se moverá más. Además, el ojo debe estar sano: no puede haber enfermedades como queratocono, sequedad ocular severa, glaucoma sin controlar o cicatrices en la córnea, pues estas condiciones pueden aumentar el riesgo o impedir la cirugía.
Te puede interesar leer: Cuida de tus ojos en vacaciones
La cirugía para la miopía es un conjunto de procedimientos médicos diseñados para corregir la forma en que la luz entra al ojo, de modo que los objetos lejanos puedan verse con claridad sin necesidad de gafas o lentes de contacto. La miopía ocurre porque la luz se enfoca antes de llegar a la retina, y estas cirugías buscan ajustar ese punto de enfoque.
En términos simples: la cirugía modifica la forma de la córnea o añade un lente especial dentro del ojo para que la imagen se enfoque exactamente en la retina.
Existen tres tipos principales:
1. Cirugías con láser
Remodelan la córnea —la “ventana” frontal del ojo— para que la luz se enfoque correctamente. Suelen ser rápidas y con recuperación corta.
2. Lentes fáquicos o ICL
Son lentes delgados que se implantan dentro del ojo, sin quitar el cristalino natural. Se usan especialmente en miopías altas o cuando la córnea no es apta para láser.
3. Reemplazo del cristalino (menos común para miopía)
Se retira el cristalino natural y se coloca uno artificial. Se usa en casos muy particulares o cuando hay cataratas.
La cirugía no “cura” la miopía genética, pero sí corrige la forma en que la luz se enfoca dentro del ojo, permitiendo ver con claridad sin necesidad de gafas o lentes de contacto. En la Clínica de Oftalmología Sandiego, este proceso se realiza con última tecnología gracias a sistemas como el AMARIS 1050RS, un láser de alta precisión que remodela la córnea, y el FEMTO Z8, un láser de femtosegundo diseñado para realizar cortes extremadamente finos y seguros. La combinación de estos equipos permite procedimientos refractivos, modernos, precisos y personalizados.
La cirugía refractiva no es para todo el mundo. En general, se recomienda únicamente para personas entre los 18 y 39 años, una etapa en la que el ojo suele estar desarrollado y todavía no han aparecido cambios visuales propios de la presbicia. Sin embargo, la edad no es el único criterio: lo realmente decisivo es que la graduación esté estable, la córnea sea apta y el ojo esté libre de enfermedades que puedan afectar la seguridad del procedimiento.
En la Clínica de Oftalmología Sandiego, el proceso inicia con una valoración gratuita, que permite orientar al paciente, despejar dudas y determinar si tiene sentido continuar con el proceso diagnóstico que definirá, finalmente, si puede operarse o no.
Como hemos mencionado, la edad es un factor importante al decidir si una persona puede operarse. La cirugía refractiva suele recomendarse a partir de los 18 años, cuando el ojo ya terminó su etapa de crecimiento. Aun así, muchos especialistas prefieren esperar hasta los 20 o 21 años, momento en el que la graduación tiende a estabilizarse por completo.
Por otro lado, el límite superior suele estar alrededor de los 39 años, porque a partir de esa edad comienzan a aparecer cambios naturales de la visión, como la presbicia, que pueden influir en el tipo de cirugía indicada o en las expectativas del paciente. En este rango, entre los 18 y los 39 años, se logra el equilibrio ideal entre madurez ocular y estabilidad visual, lo que garantiza mejores resultados y una recuperación más predecible.
Además de la edad, uno de los criterios más importantes para determinar si una persona puede operarse es el estado actual de su visión y la estabilidad de su fórmula. Para que la cirugía pueda ser realmente efectiva, la graduación debe estar estable, es decir, sin cambios considerables durante al menos los últimos 12 meses. Si la miopía sigue aumentando, cualquier corrección podría quedarse corta con el tiempo.
La estabilidad refractiva no solo se refiere al número final de dioptrías, sino también a que no existan variaciones marcadas entre un examen y otro. Un ojo que aún está cambiando —ya sea por crecimiento o hábitos visuales intensivos— no es un buen candidato.
También es importante que el estado general de la visión sea saludable: la córnea debe tener un grosor adecuado, no deben existir signos de queratocono u otras irregularidades, y la superficie ocular debe estar en buenas condiciones. Estos aspectos se confirman mediante exámenes especializados que permiten saber si la cirugía es segura y si es probable obtener una buena calidad visual después del procedimiento.
La recuperación tras una cirugía para la miopía suele ser rápida, aunque puede variar según la técnica utilizada. En la mayoría de los casos, el paciente empieza a ver mejor desde las primeras horas, y la visión continúa estabilizándose durante los días siguientes.
Durante este periodo, es clave seguir una serie de cuidados básicos: usar las gotas lubricantes y antibióticas indicadas, evitar frotarse los ojos, protegerse de la luz intensa y abstenerse temporalmente de actividades como nadar, maquillarse o exponerse a ambientes con polvo. También se recomienda descansar la vista y limitar el uso de pantallas durante las primeras 24 a 48 horas.
Las revisiones posteriores son fundamentales para asegurar que la córnea cicatrice correctamente y que la visión evolucione como se espera. Con estos cuidados, la mayoría de los pacientes recupera una visión estable en muy poco tiempo y puede retomar su rutina con normalidad.
A lo largo del proceso, es normal que surjan dudas. Algunas de las preguntas más frecuentes entre los pacientes son: